UMBERTO ECO



Fue genial, y por tanto de agradecer, la idea de publicar en la portada el laberinto de la catedral de Chartres. Su centro evoca los rosetones goticos del mismo modo que el laberinto, sus pasadizos, se funden con los caminos, senderos, que una rosa guarda en su interior y que va descubriendo y abriendo a medida que se van abriendo sus pétalos. Una lúdica imagen que nos catapulta hacia esa tan querida idea de la esfera "sphaera infinita quius centrum est ubique circumferemtia nusquam. Esfera infinita cuyo centro está en todos los lugares y la circunferencia en ninguno.






Dos recomendaciones vitales sobre la creación de Umberto Eco. Una es el libro  "Ensayos sobre el nombre de la rosa", la otra es el DVD 2 de la versión cinematográfica en el cual su director Jean Jacques Annaud nos cuenta un sinfin de lúcidas elucubraciones, ideas, pensamientos en los que se vió envuelto mientras llevaba a cabo el proyecto.
Al margen de las consabiadas relaciones, o reconocimientos, de Eco a Jorge Luis Borges, el ciego bibliotecario, existen también hipertextualidades hacia simbolismos, iconologías, elementos semióticos, cómo no. De ese infinito tesoro guardo especial memoria y cariño hacia la maravillosa idea de la biblioteca como laberinto (Borges ahí tiene mucho que decir), y visualizo los dibujos de Escher dentro de esa increible y fascinante sugerencia. Justo ese conglomerado me lleva hacia uno de los sonetos de Borges que más aprecio. Dice así:

No habrá nunca una puerta. Estás adentro
y el alcázar abarca el universo
y no tiene ni anverso ni reverso
ni externo muro ni secreto centro.
No esperes que el rigor de tu camino,
que tercamente se bifurca en otro,
tendrá fin. Es de hierro tu destino
como tu juez. No aguardes la embestida
del toro que es un hombre y cuya extraña
forma plural da horror a la maraña
de interminable piedra entretejida.
No existe. Nada esperes. Ni siquiera
en el negro crepúsculo de la fiera.

Lucidas visiones muy en línea con el hilo conductor de la novela de Eco "libros que nos hablan de otros libros y que llevan a más libros", pero que sólo tienen sentido si son leídos. El bibliotecario ciego ya había explorado ese sendero y de ahí nos trajo alguna que otra riqueza. "El Golem", una de ellas, parece ser que también hizo mella en los planteamientos del semiótico italiano, expero explorador de senderos que se bifurcan

Si (como afirma el griego en el Cratilo)
el nombre es arquetipo de la cosa
en las letras de 'rosa' está la rosa
y todo el Nilo en la palabra 'Nilo'.

Y, hecho de consonantes y vocales,
habrá un terrible Nombre, que la esencia
cifre de Dios y que la Omnipotencia
guarde en letras y sílabas cabales.

Adán y las estrellas lo supieron
en el Jardín. La herrumbre del pecado
(dicen los cabalistas) lo ha borrado
y las generaciones lo perdieron.

Los artificios y el candor del hombre
no tienen fin. Sabemos que hubo un día
en que el pueblo de Dios buscaba el Nombre
en las vigilias de la judería.

No a la manera de otras que una vaga
sombra insinúan en la vaga historia,
aún está verde y viva la memoria
de Judá León, que era rabino en Praga.

Sediento de saber lo que Dios sabe,
Judá León se dió a permutaciones
de letras y a complejas variaciones
y al fin pronunció el Nombre que es la Clave,

la Puerta, el Eco, el Huésped y el Palacio,
sobre un muñeco que con torpes manos
labró, para enseñarle los arcanos
de las Letras, del Tiempo y del Espacio.

El simulacro alzó los soñolientos
párpados y vio formas y colores
que no entendió, perdidos en rumores
y ensayó temerosos movimientos.

Gradualmente se vio (como nosotros)
aprisionado en esta red sonora
de Antes, Después, Ayer, Mientras, Ahora,
Derecha, Izquierda, Yo, Tú, Aquellos, Otros.

(El cabalista que ofició de numen
a la vasta criatura apodó Golem;
estas verdades las refiere Scholem
en un docto lugar de su volumen.)

El rabí le explicaba el universo
"esto es mi pie; esto el tuyo, esto la soga."
y logró, al cabo de años, que el perverso
barriera bien o mal la sinagoga.

Tal vez hubo un error en la grafía
o en la articulación del Sacro Nombre;
a pesar de tan alta hechicería,
no aprendió a hablar el aprendiz de hombre.

Sus ojos, menos de hombre que de perro
y harto menos de perro que de cosa,
seguían al rabí por la dudosa
penumbra de las piezas del encierro.

Algo anormal y tosco hubo en el Golem,
ya que a su paso el gato del rabino
se escondía. (Ese gato no está en Scholem
pero, a través del tiempo, lo adivino.)

Elevando a su Dios manos filiales,
las devociones de su Dios copiaba
o, estúpido y sonriente, se ahuecaba
en cóncavas zalemas orientales.

El rabí lo miraba con ternura
y con algún horror. '¿Cómo' (se dijo)
'pude engendrar este penoso hijo
y la inacción dejé, que es la cordura?'

'¿Por qué di en agregar a la infinita
serie un símbolo más? ¿Por qué a la vana
madeja que en lo eterno se devana,
di otra causa, otro efecto y otra cuita?'

En la hora de angustia y de luz vaga,
en su Golem los ojos detenía.
¿Quién nos dirá las cosas que sentía
Dios, al mirar a su rabino en Praga?

Jorge Luis Borges; El Golem


"Stat rosa pristina nomine, nomine nuda tenemus".


Da lo mismo que sea la versión china, rusa, japonesa, hebraica, árabe, o castellana, la novela siempre propone como final las mismas palabras. "Stat rosa pristina nomine, nomine nuda tenemus". En algunas ediciones se añaden las apostillas y ahí ya explaya Umberto Eco el porqué del título, del final y otras menudencias. Cuestión de lupa y de estar muy atento a la infinita red de hipertextualidades, conexiones, vínculos, lazos, pistas. Algo así como la genial y lúdica biblioteca que nos conduce a los proyectos de Escher y a las increíbles maravillas de Borges. Ciego como el bibliotecario Jorge con quien comparte nombre. Fue el argentino quien en el poema el Golem ya nos ofrecía rompecabezas como:

Si (como el griego afirma en el Cratilo)
el nombre es el arquetipo de la cosa
en las letras de rosa está la rosa
y todo el Nilo en la palabra Nilo


El bien de un libro es ser leído. Un libro está hecho de signos que nos hablan de otros signos, los cuales, a su vez, hablan de cosas. Sin un ojo que lo lea, un libro contiene signos que no producen conceptos, y en consecuencia, es mudo

Y no obstante Eco lleva a cabo una magistral invención a partir de un libro que probablemente existió, que alguien leyó, pero que no nos ha llegado. ¿Quemado en la biblioteca de Alejandría? Vete a saber. Aristóteles trató la tragedia en su primera parte de la poética, dejando la comedia para el segundo volumen. Y justo en ese tratado erige Eco su monumento usando con enorme lucidez el recurso de la ironia, una de las variantes del sentido del humor.


"Jorge temía el segundo libro de Aristóteles porqué quizás este enseñaba a deformar la cara de toda verdad a fin de que no nos hiciésemos esclavos de nuestros fantasmas. Quizá que la labor del que quiere a los hombres es hacerlos reír de la verdad, porque la única verdad es aprender a liberarnos de la insana ocasión por la verdad.

Una exhibición de driblings mentales creados precisamente por el inventor de la teoría de los signos, de la semiótica

"El orden que nuestra mente imagina es como una red o una escalera, que se construye para llegar hacia algo. Pero que después hay que tirarla porque uno se da cuenta que, a pesar de ser útil, no tenía sentido”

Tirando de este hilo conductor llegamos a la riqueza de las interpretaciones, auténtico tesoro de la humanidad. No hay verdad absoluta, como mucho hay diferentes o diversas formas de ver la realidad, e incluso esa observación es dudosa ya que está empapada de todo aquello que el observador proyecta sobre lo observado. Afinando la punta del lápiz se puede obtener ahí una extraordinaria visión de la cueva donde se esconde la intolerancia, manantial y fuente de fundamentalismos, radicalismos, fanatismos, atributos calidoscópicos de la imbecilidad muy alejada de la práctica de la gimnasia mental y en consecuencia de querer desarrollar las capacidades innatas latentes en el cerebro.